jueves, 24 de julio de 2014

Autobiografía mínima de Julio César Azzimonti

    
Nací un invierno del 43 en una casa que estaba en la orilla de las barrancas del Paraná, en la ciudad de Zárate de la provincia de Buenos Aires. Por lo tanto, una de las primeras cosas que vi en mi vida, fue un río.
Cuando yo tenía aproximadamente un año, mis padres se mudaron al barrio de Villa Urquiza de la Capital Federal. Era una casa larga, casi inabarcable, de habitaciones grandes y cuadradas. Era la casa de mis abuelos paternos y de mis cinco tíos y tía, hermanos de mi papá. De esa época recuerdo, nítido y brutal, el nacimiento de mi hermana, en una cama al lado de la mía. Vi nacer a mi hermana como si alguien inflara delante de mis ojos un globo rojo.
Por esa larga y misteriosa casa con sótanos, altillos, galpones, gallineros y gruta llena de gatos en el jardín de entrada, desfilaron en el transcurrir de mi primaria y secundaria, jugadores de pelota a paleta, futbolistas, recitadores, bandoneonistas, violinistas, italianos recién llegados que se quedaban a dormir, el fabricante de muebles Fricent y sus amantes, curas, muchos curas probadores de bebidas y contadores de cuentos, santones y adoradores de Pancho Sierra, de la Madre María, y más santones que pronosticaban fines del mundo y salvaciones milagrosas para con sus seguidores, amigos de Gardel y de Charlo en persona, todas las navidades y todas las navidades el pesebre gigante que mi abuelo hacía en el enorme living de entrada, con cascada de agua, y mi hermana vestida de ángel repartiendo estampitas que traía a granel el cura, todas con la virgen y el niño y benditas, desde el 8 de diciembre al 7 de enero. Pero luego, en los veranos, en sus noches, en la vereda de la calle Bebedero, hoy Ignacio Rivera, paraban a discutir con mi abuelo y mis tíos, radicales, socialistas, anarquistas, peronistas y también vecinos, mientras corría la cerveza y la limonada y ya eran los años 50. Un día, al lado mío, murió mi abuelo y como si todo hubiera sido un sueño de vorágine de vida sólo quedo papá, mamá, mi hermana, mi abuela y una tía soltera y un silencio que rebotada en las paredes y se enroscaba en el alma. Había caído Perón, se hablaba en silencio de muertos y fusilamientos y ni el país ni nosotros volveríamos a ser lo que habíamos sido mientras yo habitaba una enorme habitación, con una biblioteca que crecía, tenía 15 años y una novia a la que le escribía poemas copiados del poeta Pedro Salinas, los que yo, solitario, reivindicaba frente a las hordas nerudianas, eso sí, con un diccionario de sinónimos cambiaba todas las palabras que podía. Después empecé a sentir vergüenza de esa práctica y entonces nací como escritor. Esa niñez poética y de ficción fue la matriz. Recién entraba en la juventud, de la cual, pienso, nunca saldré. 


Las caras de los sueños nos esperan detrás de las sombras y suelen despertarse en muchas pinturas de Odilon Redon. ¿El sueño que soñé anoche merece ser ...

miércoles, 4 de junio de 2014

El día y la Noche del Pintor

                                                                                         
                        I 

Amanece y abre los ojos. O amanece porque abre los ojos. La mañana en su vida es como una tela en blanco. La ma­ñana es una pregunta que va contestando, a veces, el transcurrir del día.
Amanece y es como una descarga eléctrica en el cuerpo que obliga a erguirse. La tela en blanco obliga al pintor a buscar los pinceles y los colores, como un revolver cargado dejarlos al alcance de las manos.
Se viene el mate poniendo un pie en el horizonte. Hay acción y hay gallos guapeando su existencia, también relinchos y cabeceos y los pájaros se anuncian sin solución de continui­dad.
Ya está con los ojos bien abiertos mirando desde la ventana mate en mano. El mundo circundante organiza su estética cotidiana y empieza a funcionar. Desde la ventana presiente que todos los misterios están detrás del horizonte. La luz en ese día pleno es restallante y oblicua.
La noche anterior había pensado en organizar este día. Lo hizo y se durmió. Ahora, ante la ventana, ya se olvidó todo lo que había pensado. Se deja transcurrir al ritmo y al sabor de la yerba y ese calor que baja desde la boca y templa el cordaje de las sensaciones.
Continúa observando el horizonte: dos planos, abajo la pampa, pastizales, algún sembradío; arriba cielo, azuloide por la invasión del sol. A un costado de la casa el cobertizo y murmullo de caballos queriendo participar en la exégesis de la mañana. Haciéndose notar. Buscando presencia.
Oye el ruido inconfundible de una avioneta. La ve brillante dirigirse hacia el naciente. Pronto ve un punto contrastando con la luz solar y ya no hay sonido. Solo luz y silencio. Ahora, demasiado silencio. Los colores destellan y los objetos del paisaje se enardecen.
Mira. Sus ojos tratan de penetrar tanto resplandor. Todavía demasiado para la vista de un pintor, la mañana atrapa por su prepotencia, se dice.
Coloca el atril apenas al costado de la ventana. Ubica el bastidor con la tela en blanco. Desparrama los pomos de colores y controla los pinceles. Nada especial, solo un principio incierto de organización. No más.
Sabe que algo tendrá que aparecer. Eso sí, vuelve el murmullo del motor del avión que se acerca. Pasa por arriba de su casa y se va perdiendo.
Saca el caballo del cobertizo. Lo acaricia varias veces y le otorga libertad para pastorear. Algunos pájaros se acercan a picotear alrededor. Esto ya es una escena. Pero, cómo sacarla de la trivialidad. Dónde estará el jugo de esa composición. Todavía hay demasiada luz rasante, o poca idea. Ya se verá.
Vuelve a la casa. Cambia de posición el atril unos centímetros, como para ganar tiempo. Mira por la ventana: nada. Sí, hay de todo, pero nada. Ahora el sol está más arriba y el horizonte recupera nitidez.
Entonces, ve primero como un lomo sobre el horizonte, luego, una columna blanquecina, apenas oblicua que fuga hacia arriba. Eso sí es una línea de fuerza.
El avión, naranja furioso, vuelve a pasar sobre la casa. Rumbea hacia esa desprolijidad del horizonte. Es evidente, algo pasa.
Ya no duda: hay quemazón. Siente vibrar el cuerpo. So-pesa la dirección del viento y se aquieta. Algo apareció.
Se acerca más a la ventana. Otea cómo solo lo hacen los mamíferos, estirando cuello y cabeza hacia delante.
Piensa la situación. Unos segundos. Mira la tela, el atril, los colores en sus pomos y decide. Casi corre cuando va a buscar los elementos para ensillar el caballo.
Esto no es un juego pero vale la pena, se alienta. El avión vuelve. En el horizonte el animal blanco va creciendo. Un gigante que se levanta.

Ya amarró el atril al costado del caballo, ya cargó las alforjas con los pomos y los pinceles, ya ató la tela sobre el anca. Talonea el flete y se va hacia la quemazón.
Yendo al galope tarda bastante. El animal ahora es bestia blanca y serpientes grisadas.
Precavido, se acerca lo suficiente, solo para apreciar.
Tamaño día de esplendor solar soba los colores que disfuman como no queriendo mostrar toda la verdad. Por ahora el fuego se guarda parte de su desproporción. Igual tira líneas a mano alzada, agitado, nervioso. Trata de capturar a la bestia que miente, que no larga esencia, pero amenaza, promete.
De pronto el humo gira y se le viene encima. Atosigado, minúsculo, se siente echado, castigado. Falta oxígeno y el caballo recula. Ya sabe que está demás allí. El caballo ya giró y rumbea hacia su seguridad. Él lo deja hacer. Galopan largo y tendido. Llegan sin aliento y el olor de la quemazón incrustado en la garganta. El caballo se lanza al bebedero. El hacia la casa.
Se sienta ante la ventana todavía exaltado. Trata de aquietarse de buscar algún orden. Abre la canilla y se moja la cabeza. Tose y se restriega los ojos. Vuelve a la ventana. Su brújula interior lo obliga allí. La bestia sigue creciendo.
La desmesura se apropió del horizonte, cuándo una línea larga y fina de llamas se da a conocer como un tajo soberbio horizontal. Todo su universo fuga hacia ese lugar.
Pinta sobre la tela bocetada. Pinta sin mirar más por la ventana, sin reconocer lo alrededor. El fuego ahora brota de adentro. Solo él y la tela. Pinta...

II

Lo sorprende la tarde. Por fin, cuando anochece, se dirige a la ventana.
Todo cambio. No hay horizonte. Solo la bestia que decidió mostrarse voraz en naranjas y rojos, y una negrura infinita ocupando todo lo demás.
Se deslumbra, se paraliza. No se puede mover de allí, conmovido, apichonado. No hay miedo, sí hay reconocimiento del poder de fuego de la imagen desatada, inabarcable, insondable en su preciosismo caótico y feroz.
Pero, esa fuerza obliga, azuza, talonea hasta la acción.
Saca del atril la tela anterior y coloca otra en blanco. Vuelve a pintar. Pinta, no tiene cansancio. Solo pinta. Mientras la noche opera en la realidad.

III

Ya es mediodía y abre los ojos. Da un salto y va hacia la ventana. Cielo limpio. Horizonte nítido. Sol a plomo. No hay vestigios de humo ni de llamas. No hay olor a quema.
Sobresaltado mira hacia el atril: allí está la tela que pintó a la noche. A un costado, sobre una silla, la que pintó por la mañana anterior.
Presiente y se va a ensillar el flete. Parte hacia donde vio el incendio. Al galope recorre el camino que hizo el día anterior.
Advierte el cansancio del caballo. Mide y calcula distancias. Observa todo el cuadrante alrededor varias veces. Un escalofrío le sacude el cuerpo. No hay vestigios del incendio.


No hay nada. Vaya, como si nada hubiera pasado. Sin entender, se vuelve. Piensa en las telas pintadas mientras regresa al paso a la casa. 

pintura "La quemazón" de Alberto Sorzio

jueves, 29 de mayo de 2014

Independencia y libertad creadora o dependencia CULTURA POPULAR O CULTURA POPULISTA


Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina. Por Julio Azzimonti 
http://www.laorejaquepiensa.com.ar/node/245#.U4enkSg3B1t

Poseer la lengua y la palabra es tener la llave maestra de la cultura. Y en este punto, debemos profundizar la visión y hacer una diferenciación que es sustancial entre “cultura popular” y “cultura populista”.


Este es uno de los núcleos sustanciales del problema de la cultura actual y la acción del poder sobre y dentro de ella. La construcción de un país, es la construcción de su cultura. Y la destrucción de este, es la destrucción o apropiación y vaciado de la conciencia de esa cultura.


Consideramos que la cultura populista es y genera dependencia, en tanto que la cultura popular es y genera independencia y libertad creadora.


Una persona o grupo elabora algo y otros lo reciben, lo consideran, lo valoran: esto es una acción, un acto. Todo lo que se elabora, abstracto o concreto, siempre está dirigido a alguien, a otros que lo reciben, que lo interpretan a través de sus ideas, de sus valores, de sus vivencias, pero siempre “algo sucede”. Puede incorporarlo a su conocimiento o puede rechazarlo, puede usarlo o puede descartarlo, pero siempre algo sucede. Nadie hace algo que en algún momento o en algún lugar no afecte a otros y a uno mismo.


A la cultura la constituyen actos, acciones que se dirigen, voluntarias o involuntarias, a otros que son espectadores. Estos participan en forma activa o pasiva del acto. Es la característica fundamental del acto o acción cultural. El receptor (el público, el espectador) puede ser activo o pasivo, sujeto u objeto de la cultura.


Cuando en una comunidad las personas se comportan como sujetos activos, capaces de recibir, transformar, resignificar, reasignar, creando así otro acto cultural más amplio, estamos ante una cultura genuina y popular. Pero cuando las personas se comportan como seres pasivos, solamente receptoras, como recipientes vacíos que se los llena, incapaces de recibir y transformar, estamos antes personas o comunidades de características populistas.


La cultura de los pueblos debe ser un proceso activo, vivencial, manifestado por unos y revivido por otros, una conciencia que entrega sus contenidos cargados de valores estéticos y éticos a otras conciencias que en libertad los reciben, los incorporan reelaborándolos, o los rechazan.


La cultura popular es creadora y recreadora, valora sus tradiciones y sus vanguardias. Participa en sus tensiones, toma partido, discute y critica.


La cultura populista recibe y repite en forma mecánica y allí se agota. No emerge del acto nada nuevo, nada modificante o conmovedor, sólo iconografías y golpes bajos emocionales, quedando pasiva y vacía, insatisfecha y necesitando con compulsión más consumo, sin solución de continuidad. Aquí las personas son incapaces del esfuerzo de, no ya de crear, sino de recrear o de actuar de manera crítica.


Lo que es asumido de esta manera, lleva a la irrupción de valores artificiales y extraños que desplazan o descolocan a los propios, los fragmentan descomponiendo su unidad de sentido, los mezcla en categorías y prioridades distintas, hasta producir su reemplazo, destruyendo las bases de la capacidad activa y creadora.


En la cultura populista, los seres, las comunidades son inertes espectadores de la cultura que le es dada, provista, introducida, a través del sistema de consumo que dicta el mercado.


En la cultura popular, las personas, los pueblos, son actores, protagonistas malos, regulares o buenos de su cultura y de la inserción de esta en el mundo, desarrollando una conciencia real de su propio ser, se sus potencias y sus debilidades y un sistema de valores acorde con sus necesidades, basado en el esfuerzo personal y comunitario, que les permite elegir con libertad lo que les conviene tomar o rechazar de otras culturas para hacer crecer a la propia.


La cultura popular elabora su propio alimento espiritual, potencia su lenguaje y hace uso pleno de la palabra que oxigena y amplifica su comunicación y su conocimiento. Crea sus propias imágenes, su imaginería, sus metáforas, reconociendo la vitalidad de los claroscuros y su formidable fuente de energía artística.


“Todo el universo visible, no es más que un formidable almacén de imágenes y de signos. La tarea del poeta, del artista, consiste en percibir analogías, correspondencias que adopten el aspecto literario de la metáfora”. (C. Baudelaire)


La conciencia de un pueblo es su cultura trabajado y trabajando en una lengua propia.


Una cultura crítica donde la tradición sacralice, pero no congele, donde se persiga la preservación de símbolos, íconos y valores estéticos y éticos que no clausuren, sino que permitan su histórica renovación, su refresco cultural. Una tradición de actitud crítica y vital, que sea capaz de asegurar y conservar la capacidad metaforizadora y utópica de su pueblo, sus visiones y su imaginería.


Miramos y comprendemos al mundo desde nuestras imágenes, desde nuestras metáforas, desde nuestra lengua que no ni más ni menos que el vientre de la cultura.


(*)Periodista, escultor, poeta.

miércoles, 16 de abril de 2014

GREGORIO SAMSA DICE LO SUYO Autor: Julio C. Azzimonti Otoño de 2014

           GREGORIO SAMSA DICE LO SUYO

...no voy a embestir el cuerpo exhausto
hasta apropiarme
de la piel y los músculos de Franz
en una venganza inútil
por haberme confinado
a esta condición inexplicable

sólo quiero mirarlo a los ojos
y que me vea fuera de la página

no pretendo el torreón pétreo
de su cabeza
ni el vapor ácido que exhala
su alma dolorosa y bella
de burócrata despiadado
de la conciencia profunda
(él que peleó y derrotó
a la máscara insondable del mundo)

¿ no han visto resplandecer
esa ensimisma cabeza
estacionada en el cénit del siglo XX?

 ¿ no han visto cómo se fue apropiando
de los detritus fragmentados
de una modernidad caótica
enceguecida y sorda
por las cruces encendidas de dos guerras
y apilarlos piedra sobre piedra
sangrando sus signos y sus manos
hasta levantar sus muros de palabras?

¿y acaso esos muros
no son su piel impura de dolores
sus músculos de humo
sus huesos como cuchillos
y su índice como espada?

sólo de algo estoy seguro:
detestaba la cuadrícula de las ciudades
esos laberintos de la razón pura
sin juegos ni honores
donde los repliegues de los expedientes
se pierden
en las madrigueras inexpugnables
del fascismo de la ley

de algo estoy seguro
Franz abominaba
la redondez de la tierra
su esférica condición cerrada

creo que era demasiado
para él y su siglo de pólvora

 sólo deseo mirarlo a los ojos
y que me vea frente a frente
fuera de la página para constatar
que somos un mismo animal



                                                  Julio C. Azzimonti

                                                     Otoño de 2014

miércoles, 26 de febrero de 2014

LA CANCIÓN DE MARÍA MORENA . Libro: Julio Cesar Azzimonti y musicalización: Oscar Peretto e ilustraciones: Pedro Gaeta


Aquí en la luz

de los barrios de cobre
está María niña
Morena y transparente de sueños
jugando con mates de barro
y muñecos de trapo
que cayeron del cielo
cuando algún santo piadoso
los empujó al vacío.
Aquí Morenita
arrullaron tu sueño
estampidos a mansalva
y un sólo cuento
contado por la boca
desdentada de la noche
cayeron sobre tu alma
con sus miedos.
Aquí
en tus oídos
se anudan
rumiando el aire opaco
campanas de sapos
y el cristalerío turbio
del zanjón.
Aquí
mirando hacia adentro
desde la ventana torcida
te veo María
en la penumbra de la Mala luz
sentada a la mesa
junto a tus hermanos
y a tu viejo
mirando el hueco de los platos
el día en que la hornalla
consumió el último carbón
y el fuego  se mandó a guardar.
Aquí hace tanto frío
cuando tu viejo
cabello blanqueado por el fraude
agarra el cuchillo de pelar naranjas
y corta sus dedos en rebanadas
repartiéndolos a sus hijos
que los comen  agitados
entre latigazos de silencio.
Aquí tu vieja
es una cabeza solitaria
colgando torcida de la pared.




Mirá María

delante de tu ventana inconclusa
creció un cardo
como un esperpento del destino

 Morena
nada hay más parecido a la pobreza
que un cardo
y si un gato negro como yo
se estampa a su lado
El pobrerío enardecido
pronto prenderá fuego
a la imagen

Creerán que todo su dolor
es engendro
de tu vientre maldito
y que los fuegos  amarillos
de mis ojos
serán el cuerpo sinuoso
de la criatura

Sabés Morena
esta gente aspira las espinas
clavadas en las entrañas del dolor
y sólo les queda matar a alguien
para aliviar su pena perpetua

Puta madre Morena
eso serás y deberás morir
junto a tu gato
antes que nazca el diablo
y los azotes con  los cardos

Mirá María
delante de tu ventana inconclusa
como crece el cardo
no lo saqués Morena
ha dado una flor rosabunda
y es preferible a  la muerte








jueves, 13 de febrero de 2014

Libros editados por Julio C Azzimonti

                                             LA CANCIÓN DE MARÍA MORENA



LITERATURA ACTIVA Y PROCESOS COMUNICATIVOS

                                                                         ACERITO

                                                                                                                         LO QUE VENDRÁ       
                                             
 POEMA PARA LA CIUDAD DE ATRÁS